¡Oh santa simplicidad!
En una misiva que intituló “Bendito coraje”, el presidente Andrés Manuel López Obrador consideró ayer por la noche que el “coraje” impulsó a un grupo de intelectuales, artistas y poetas a emitir una crítica en relación con varias acciones de su gobierno, “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”. Tras leer su carta, es fundamental hacer algunas precisiones importantes.
Si bien no es noticia el maniqueísmo del presidente –quien parece sólo ver dos posturas políticas en el universo: “están conmigo o están en mi contra”–, ese maniqueísmo devela una caricaturización de la vida política y una incomprensión grave de la complejidad histórica que el país vive. Esta burda tendencia a simplificar las dinámicas y relaciones sociales se ha extendido a buena parte de sus simpatizantes, quienes, al diariamente aplaudir y justificar cada palabra que el presidente pronuncia –incluso a costa de contradecir los principios que pregonaron durante años–, se colocan en un polo más cercano al de la mal llamada disciplina partidista que el PRI y el PAN practicaban que al de una verdadera transformación.
Es cierto, como se criticó en el mensaje que firmé recientemente, que Morena repitió los vicios de otros partidos –que el presidente y sus simpatizantes tanto denunciaron en años previos– con tal de obtener la mayoría en el Congreso de la Unión. Lejos de corregir esa práctica antidemocrática, el pragmatismo ciego llevó al oficialismo a incluir en sus filas a personajes de muy cuestionable trayectoria; todo, con tal de asegurar su dominio en las votaciones legislativas. También es cierto, y lo han señalado expertas y expertos en esta área, que las decisiones del presidente han menoscabado la administración pública en general mediante la implementación de medidas de austeridad que califica como “republicana”, pero que en los hechos son profundamente neoliberales.
No hay palabras para describir las múltiples crisis que el país enfrenta a causa de las administraciones que precedieron a la de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, las cosas siguen exactamente igual. Mientras la pobreza se acentúa y la violencia se expande, el actual gobierno se atreve a asegurar que en México ya no hay masacres y que las mujeres están protegidas como nunca. Parece necesario recordar a quienes hoy administran este infierno, que el dolor de una masacre en la que asesinaron a mujeres, niñas y niños nos convocó en enero de este año a realizar la Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz –cuyas propuestas, además, fueron desestimadas por el presidente y las víctimas agredidas por grupos de choque avalados por Morena. No basta con haber ganado las elecciones de manera legítima y democrática; el ejercicio del poder, el presidente y la 4T deben entenderlo, requiere de una muy desarrollada capacidad autocrítica y dialogante, de la que hasta ahora no han dado ninguna muestra.
Durante años he sido claro sobre mi postura respecto a que la emergencia nacional y la tragedia humanitaria de México tiene como corresponsables a las organizaciones criminales y a las partidocracias. Ninguna alianza electoral abonará a la atención de las complejas y profundas problemáticas de este país si la búsqueda del poder sigue siendo una carrera voraz en la que el fin –llámese la presidencia, las gubernaturas o las mayorías en los congresos– justifica los medios. Independientemente de cuál sea la configuración partidista en las elecciones de 2021, el gobierno mexicano debe reconocer sus errores y admitir que la autoproclamada transformación está lejos de ser una realidad. Si la problematización de la crisis sigue basándose en simplificaciones burdas, poco importarán los resultados electorales: México seguirá tocando a diario un nuevo fondo y la violencia, el crimen y la mentira continuarán siendo el pan de cada día.
Javier Sicilia