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A 9 años del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad
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Pronunciamientos

A 9 años del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad

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El mundo nace cuando dos se besan/ […]/ y las leyes comidas de ratones,/ las rejas de los bancos y la cárceles,/ las rejas de papel, las alambradas,/ los timbres y las púas y los pinchos,/el sermón monocorde de las armas,/ […]/ el cocodrilo, metido a redentor, padre de pueblos/ […]/ las paredes/ invisibles, las máscaras podridas/ que dividen al hombre de los hombres,/ al hombre de sí mismo,/ se derrumban/ por un instante inmenso y vislumbramos/ nuestra unidad perdida, el desamparo/ que es ser hombres, la gloria que es ser hombres/ y compartir el pan, el sol, la muerte,/ el olvidado asombro de estar vivos […]

Octavio Paz

Piedra de Sol (1956)

Vivimos desde hace años una emergencia nacional y una tragedia humanitaria, que recientemente se han agudizado con la aparición mundial del Coronavirus o Covid-19, una forma de la violencia que enferma, mata, nos segrega y a diferencia de la que nos ha acompañado durante estos últimos años, y que ha cobrado la vida de cerca de 300 mil personas y la desaparición de más de 61 mil, nadie podía evitar.

Ella, en su horror, y en la forma en que nos ha paralizado ocupando nuestra atención, nos ha dado una profunda enseñanza: ha detenido –“derrumbado por un instante inmenso”, dicen los versos de Octavio Paz–, un sistema que engulle todo y se creía, hasta hace poco, omnipotente, obligándonos a redescubrir la proporción de nuestra condición humana: su finitud, su debilidad, su vulnerabilidad y el amor solidario que nos cuida y nos preserva. Pero también nos ha hecho olvidar el horror de otras profundas y graves violencias que estaban allí antes de la llegada del Covid-19, y que continúan y continuarán estando entre nosotras y nosotros cuando el virus haya sido controlado.

Ese olvido se debe a que, mediante lo único que del sistema la emergencia de la pandemia no ha paralizado –los medios de comunicación y las redes sociales, cuya velocidad entierra el presente en el instante–, el virus ocupa toda nuestra mente. Poseídas y poseídos por su espanto, hemos perdido de vista a las víctimas de la violencia humana –que sólo en el primer año del gobierno de la 4T se contabilizaron en cerca de 40 mil asesinatos y decenas de desapariciones–, la violencia hacia las mujeres, el desabasto de medicamentos para tratamientos fundamentales como el cáncer, y la destrucción del medioambiente y de culturas y comunidades indígenas por proyectos neoliberales que cuestionan fuertemente la naturaleza política de la 4T.

Todo eso sigue allí y continúa su macabra marcha. ¿Cuántas muertes y desapariciones –que incluyen las de mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos y ancianas, homosexuales y personas transgénero– han cobrado el crimen organizado, la negligencia, el desprecio y las redes de complicidad de la clase política desde que la pandemia comenzó a ocupar el espacio público a través de los medios? ¿Dónde quedó la creación de un programa serio de gobierno para, a partir de la verdad, trazar una ruta hacia la justicia y la paz, que la caminata realizada del 23 al 26 de enero exigió y puso nuevamente ante la nación? ¿Dónde las demandas del Movimiento Feminista, cuya fuerza y presencia ocupó, tan sólo hace algunas semanas, la conciencia de México? ¿Dónde la lucha de los pueblos indígenas para detener la barbarie neoliberal disfrazada de progresismo? ¿Dónde la emergencia del cambio climático, cuyo cataclismo nos aguarda en un próximo recodo? No lo sabemos y, sin embargo, todo eso sigue allí.

A ese olvido, preocupante, hay que agregar la manera en que la 4T se ha posicionado frente al país. Al haber roto, casi desde sus inicios, los vínculos inherentes que tenía con muchos movimientos sociales –como el zapatismo y los pueblos indígenas, los movimientos de víctimas y los feministas, con organizaciones independientes de la sociedad civil, con instituciones autónomas dentro del aparato del Estado–, y el hecho, incluso, de haberlos confrontado, la ha ido arrinconando en una pobreza ideológica alarmante, que ha debilitado a la Presidencia de la República.

Abandonada y reducida a informar cada mañana, la Presidencia, lejos de darle dirección al país, ha convertido su comparecencia diaria ante los medios en un ejercicio de propaganda que crea enemigos donde no los había, que polariza en lugar de unir, que promueve entre los suyos la cultura de la abyección, y que, por lo mismo, está siendo rebasada por los sectores más conscientes de la nación.

Incapaz de crear una sólida cohesión social para fortalecer al país, más aún frente a una emergencia de naturaleza internacional como la que ha creado el Covid-19, la Presidencia y la 4T muestran, con una claridad poco común, la profunda crisis civilizatoria por la que atraviesa el mundo, una crisis que, particularmente en México, exige ser pensada de manera compleja y profunda para construir, por encima de diferencias, representaciones y agendas particulares, un proyecto común.

Si algo nos han enseñado el Movimiento Zapatista, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, los sismos de 1985 y 2017, y recientemente el Movimiento Feminista y la emergencia del Covid-19, es que la fuerza de respuesta y de transformación para responder a la crisis no están ni en el Estado ni en la lógica del entorno económico que conocemos y que, como toda creación histórica, están colapsados. Se encuentran, por el contrario, en la capacidad humana y vital de la gente para organizarse de manera solidaria y construir juntas y juntos un mundo a la medida de lo humano, que el gigantismo del sistema desproporcionó y nos arrancó multiplicándolo en muchas violencias.

Nos hay violencias aisladas, aunque la violencia sistémica que la pandemia evidencia actualmente ocupe toda nuestra atención. No debe haber, por lo mismo, respuestas aisladas. Lo que nos queda por delante, no es sólo superar en comunidad la crisis. Es, ante los saldos que la presencia del virus nos dejará y a partir de lo que nos enseña –el redescubrimiento de nuestra humanidad, de nuestra finitud, del “desamparo que es ser hombres” y mujeres, y “la grandeza de ser hombre” y ser mujer–, mantenernos unidas y unidos, y, dejando de lado ideologías, construir un proyecto común, a escala humana, proporcional, para detener las violencias. Ese proyecto común, que tiene antecedentes en los últimos movimientos sociales más importantes del país, y que se confirma con la manera en que los sectores más conscientes de la sociedad están enfrentando la pandemia, es la única manera, creemos, de construir lo nuevo en medio del desastre.

En este día aciago, el MPJD quería conmemorar el 9 aniversario de la masacre que le dio nacimiento, con una serie de actividades públicas y diálogos en relación con ese proyecto común. La emergencia del Covid-19 nos ha hecho posponerlos. Una vez que se reduzcan sus posibilidades de contagio, los retomaremos y haremos públicos sus trabajos, cuya sustancia expresamos en este pronunciamiento.

Concluimos con unas palabras necesarias de Agustín de Hipona que, como nosotros, vivió en su momento el colapso de una época: “En lo esencial unidad, en la duda, libertad, en todo, caridad”. Lo esencial hoy es el ser humano y el medio en el que florece, una esencialidad que un sistema, basado en la expansión y el dominio de todo, nos hace olvidar y está destruyendo.

Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad

28 de marzo 2020.

2 Comments
  • MARIA ANDREA ESCOBAR HERNANDEZ | Mar 28, 2020 at 9:04 pm

    FELICIDADES POR ESTA REFLEXION TAN REAL Y TRISTE DE LOS MEXICANOS

  • Marcela Suárez Escobar | Mar 28, 2020 at 10:32 pm

    Muy valiosa y cierta la reflexión, es necesario despertar a las conciencias!

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