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Jornadas por la Paz
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Jornadas por la Paz

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Comienzo con unos versos de “Estamos de pie” de Tomás Calvillo: “(…) nuestras lágrimas/ son la sal del herido canto/ sin color alguno,/ sin transparencia siquiera,/ lloramos tierra, lodo/ y entrelazados/ por el fértil soplo del consuelo/ andamos este camino de miles/ que proviene de la muerte más honda/ la más terrible….”, en busca de la paz.

En medio de esta penúltima jornada por la paz, acogidos por el Movimiento Yo Soy 132, les pido por este dolor que proviene “de la muerte más honda” y tiene el rostro y el nombre de todos nuestros muertos, un minuto de silencio.

Cuando la Caravana por la Paz cerraba en el parque Malcom X en Washington su largo periplo por Estados Unidos, aquí, en México, El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, el Movimiento Yo Soy 132 y otras tantas organizaciones civiles, la acompañaban y abrían, frente a la embajada estadounidense, 10 por la Paz y los Derechos Humanos, diez días que hoy, de alguna manera, concluimos aquí, al lado y arropados por el Movimiento Yo Soy 132, nuevamente de cara a la embajada de Estados Unidos.

La razón es simbólica: el dolor que sufrimos a causa de esta absurda guerra contra las drogas tiene un origen binacional. Galeano lo dijo en una frase que completo: México pone la corrupción y los muertos; los Estados Unidos las narices y las armas.

Pero nosotros, que desde hace año y medio no hemos dejado de marchar para terminar está guerra, para hacerle justicia a las víctimas, para rescatar la dignidad de lo humano y salvar la democracia, no lo aceptamos. Y hemos venido hasta aquí, hasta esta frontera simbólica, a decirles de nuevo al Estado norteamericano, al Estado mexicano y a los poderes fácticos que florecen bajo el amparo de la guerra y han convertido nuestra época en un tiempo de penuria, que no lo lograrán; a decirles de nuevo que a pesar de todos los sufrimientos que nos han infligido, a pesar de este dolor sin nombre que día con día se empeñan en grabar en nuestra carne, a pesar de que quieren instalarnos la violencia en creciente progreso como forma de vida; a pesar de la confusión que han sembrado, que estamos de pie y que los obligaremos con nuestra dignidad a construir la paz y a ponerla como prioridad en la agenda binacional.

Hace 12 años, las largas luchas civiles lograron la transición democrática de nuestro país. Ese momento significó un gran rayo de luz y de esperanza. Llegó como un precioso amanecer después de una larga noche. Pero 12 años después, nuestra vidas se volvieron más terribles bajo la violencia de la guerra y las cadenas del crimen organizado y del Estado mexicano y norteamericano; 12 años después tenemos miles de hijos muertos, miles de hijos desaparecidos, mieles de familias rotas, millones de mexicanos, de migrantes y de afroamericanos en estado de indefensión; 12 años después la democracia se pierde y la ignominia campea en el fracaso del Estado y de sus partidocracias.

Por eso hoy, voy a parafrasear de nuevo a Martín Luther King, estamos de nuevo aquí dramatizando una condición vergonzosa. Cuando los padres fundadores de ambas repúblicas escribieron las palabras de nuestras respectivas constituciones, firmaron un juramento de que a todos los seres humanos les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad, la justicia y la paz.

Es obvio hoy en día, que tanto Estados Unidos como México ha incumplido ese juramento en lo que concierne a los ciudadanos mexicanos, latinos y negros. Pero nos rehusamos a creer que eso sea falso. Por eso hemos venido de nuevo hasta aquí a que hagan válido ese juramento y a que lo hagan con urgencia. Estos momentos de emergencia nacional no son el momento para tomar tranquilizantes de gradualismo. Es el momento de hacer realidad las promesas de democracia de justicia y de paz que están en el corazón de ambas naciones. Es el momento, como lo dijo Martin Luther King, de sacar a nuestros países de las arenas movedizas de la injusticia de la violencia y de la corrupción hacia la roca sólida de la hermandad.

Estas Jornadas por la Paz no son un fin, sino un comienzo, porque no habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos y en México hasta que recuperemos la paz y la justicia que nos han arrancado con esta guerra absurda donde México pone la corrupción y los muertos, y Estados Unidos las narices y las armas.

Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros muertos no encuentren justicia y nuestros países paz, mientras seamos presos del horror y de las violaciones a los derechos humanos, mientras seamos rehenes de la violencia de los Estados y de los poderes fácticos; mientras a nuestras hijas y a nuestros hijos los asesinen o los conviertan en ejército de reserva de la delincuencia o del ejército y las policías; mientras nuestras hijas corran el riesgo de ser violadas; mientras hay viudas, huérfanos y desaparecidos y una creciente y atroz impunidad. No estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que «la justicia ruede como el agua y la rectitud y la paz como una poderosa corriente».

“Nuestro peso, lo dijimos el 8 de mayo de 2011, citando a San Agustín, es (nuestro) amor; a donde quiera que se (nos) lleve, es él quien nos lleva. (Ese) don que proviene de (nosotros) nos inflama y nos eleva: (nosotros) ardemos” y seguiremos ardiendo en busca de la paz y la justicia que nos han arrancado y sin la cual la democracia no existe.

Además opinamos que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés.

Frente a la Embajada de Estados Unidos, 20 de septiembre de 2012.

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